El pasado 5 de marzo de 2014 se presentaron los resultados del último ESTUDES para el 2012-13. Las tres drogas que más consumen los menores entre 14 y 17 años son el alcohol (82%), el tabaco (35%) y el cannabis (26%).
El resto de drogas consultadas presentan consumos inferiores al 3%. En lo que respecta a las tendencias de consumo se observa un repunte del consumo hasta llegar a los niveles de 1994, por lo que se concluye que todos los esfuerzos por reducir el consumo de drogas entre los menores de edad se vuelven inútiles. Y es en este sentido donde el estudio se vuelve ineficaz e ineficiente. Mientras que el primer objetivo (hacer un retrato del consumo de drogas en los jóvenes entre 14 y 17 años) del estudio se cumple con bastante rigurosidad el segundo objetivo, destinado a orientar el desarrollo y evaluación de intervenciones destinadas a reducir el consumo y los problemas asociados, no se cumple ni por asomo con los datos obtenidos por qué, sencillamente, con esos datos no se pueden elaborar conclusiones efectivas para reducir ese consumo.
La ESTUDES de 2012-13 no permite conocer en profundidad ni las actitudes ni las opiniones de los jóvenes respecto al consumo. ¿Por qué los jóvenes consumen drogas? ¿Por qué más del 74% de los jóvenes consumen alcohol? Es en este punto donde empiezan a aparecer los despropósitos por parte de las instituciones públicas y oficiales, debido al desconocimiento profundo respecto a esas actitudes y opiniones. Lo que es inconcebible es que se llegue a considerar como una clave para erradicar el consumo de alcohol entre los jóvenes que el 7% de los hombres entre 60 – 65 años practique el binge drinking y que esta proporción en la cohorte de 35 años suba al 30%, tal y como afirma Josep Guardia que es, ni más ni menos, miembro directivo de Sociodrogalcohol. O que se afirme que los jóvenes que van de botellón no van exclusivamente a emborracharse sólo porque el 2,8% ni siquiera beban, tal y como especifica el secretario del Plan Nacional sobre Drogas.
Para empezar, abría que definir, de una manera científica, qué es “borrachera”. La cuestión es clave porque la borrachera es un estado físico puramente subjetivo. La percepción de “estar borracho” sólo se puede definir individualmente porqué es el propio joven el único que puede decir “estoy borracho” o “he pillado el punto”, por poner un ejemplo. Y, además, este estado puede variar con la misma cantidad de alcohol ingerido porqué no depende sólo del consumo. A partir de aquí, pretender extraer conclusiones de los datos obtenidos para orientar el desarrollo y evaluación de intervenciones destinadas a reducir el consumo y los problemas asociados a él se convierte en una quimera prácticamente imposible de cumplir.
Todas las claves alrededor de la elaboración de intervenciones para disminuir el consumo, que se especifican en la noticia publicada en El País el pasado 5 de marzo de 2014 “La resaca del botellón va a más” se podían haber pensado sin necesidad de realizar el estudio. Eusebio Megías apunta hacia la permisividad paterna como una de las claves; María José Díaz hace hincapié en el hecho de que los jóvenes no se van de casa hasta los 30 años y, junto con el buen tiempo, hace que utilicen más el espacio público para relacionarse, siendo el botellón el principal medio. Josep Guardia añade la enorme facilidad que tienen los jóvenes para conseguir alcohol junto con la baja percepción del riesgo. Torremocha ve en esta percepción una oportunidad de actuación porqué compara la situación del alcohol con la del tabaco, pretendiendo aplicar las mismas políticas que fueron efectivas en la disminución del consumo de tabaco a la disminución del consumo de alcohol, cuando está claro, desde una perspectiva socio-sanitaria-cultural, que son drogas cuya percepción social no tiene nada que ver.
Y es, en este sentido, donde es necesario aplicar nuevos enfoques, desde una perspectiva más sociológica y utilizando técnicas de investigación cualitativas, si queremos realizar políticas efectivas de prevención y disminución del consumo de alcohol entre los jóvenes entre 14 – 17 años. Tres serían los factores principales a tener en cuenta a la hora de definir y desarrollar esas políticas:
El aumento a edades tempranas y edades más adultas de la “edad social joven” El sistema capitalista ha constatado que la edad social “joven” es la que más consume. Por lo tanto, ha facilitado el aumento de cohortes de edad dentro de la población “joven” para aumentar el consumo. Un ejemplo claro lo tenemos expuesto en el artículo del 9 de marzo de 2014 “¿A quién imitan las niñas de hoy en día?” Se trataría de disminuir las edades infantiles y alargar la adolescencia hasta edades anteriormente consideradas “adultas” Este hecho comporta que los menores entre 14 y 15 años tengan más predisposición a imitar a los jóvenes de 16 años en adelante porqué ya son considerados jóvenes; “ya empiezan a ser mayores”. Con esto no quiero decir que haya que infantilizar a los pre-adolescentes pero sí que habría que tener en cuenta el hecho de no obligar a ser maduros a unos pre-adolescentes que no tienen porqué serlo aún, ya que están en una fase experimental de su vida, con profundos cambios en su organismo. El problema estriba en que los modelos sociales, con sus comportamientos y los estilos de vida asociados, para estos chicos son los mismos que para los jóvenes de más de 20 años. Ligado a esta adolescencia eterna en la que parece que vive la sociedad occidental, nos encontramos con unas perspectivas vitales que sólo contemplan el corto plazo y, por tanto, están sujetas al dictado del “vivir el momento”, que es lo que les correspondería a los jóvenes por edad. En este sentido, el tener las ganas de experimentar, el imitar a tus mayores inmediatos, la cosmovisión que induce a disfrutar el momento porqué no sabemos lo que nos va a pasar en un futuro o el hecho de que ya llegará la época de trabajar duro facilitan al menor de edad la justificación del consumo de drogas.
Sin ánimo de ponerme en plan puritano, películas como “3 bodas de más” o la saga de “Resacón en las Vegas” y “American Pie”, por poner algunos ejemplos, no ayudan en nada a combatir la divertida imagen social que asocia la juventud con las borracheras. Tampoco se trata de prohibir este tipo de películas pero lo que está claro es que la potencia del discurso asociado al consumo de alcohol que muestran no se puede contraponer con anuncios deprimentes de un joven tirado en el aseo de un bar vomitando.
El segundo factor que, a mi modo de ver, es clave en el consumo de alcohol por parte de los menores es la permisividad paterna respecto a ese consumo. En España, la cultura del vino y la cerveza, la cultura de la caña y la tapa está muy arraigada y extendida. Los ciudadanos beben antes de comer y durante la comida, tanto por el almuerzo como por la cena. ¿En este contexto qué autoridad moral tienen los progenitores para recriminarle al joven el hecho de que beba alcohol? Cuando, incluso, existe el pensamiento de que “bueno, ya empieza a tener edad de que beba una cervecita” o el hecho de ser mentor en la cultura del vino. Junto a esta cultura nos encontramos, también, con el hecho de que los jóvenes que en su día empezaron a beber y alargaron su adolescencia en la actualidad tienen hijos que los ven beber cuando se juntan con los amigos. Con lo cual, los niños ven como sus padres consumen alcohol, alargando una pretendida adolescencia que sirve de evasión a sus adultas vidas. Desde bodas a barbacoas, desde tomar el aperitivo a comidas familiares, el alcohol se consume en proporciones que no son saludables y a los ojos de los menores, que lo ven como normal.
El tercer y último factor clave en el desarrollo de políticas destinadas a disminuir el consumo de alcohol entre los jóvenes es la facilidad que tienen los menores en conseguir bebidas alcohólicas. Este es, quizás, el único factor que se cuantifica y sale a la luz en el ESTUDES. El 62% de los jóvenes entre 14 y 17 años consigue bebidas alcohólicas en supermercados. El problema estriba en que la proliferación de pequeños supermercados de barrio que venden de todo, incluidas bebidas alcohólicas, ha originado un descontrol por parte de las instituciones públicas a la hora de controlar la venta de determinados productos a menores. ¿Será casualidad que las gasolineras ya no salgan como lugares donde conseguir alcohol? ¿No será que el control es mucho más estricto en las gasolineras que en estos otros establecimientos? Si disgregáramos la categoría “supermercados” en: grandes superficies, cadenas de supermercado y establecimientos de barrio (los antiguos colmados) seguramente veríamos que tanto en las grandes superficies como en las cadenas de supermercados el porcentaje de compra de alcohol por parte de menores sería mucho menor porqué el control, realizado por el propio punto de venta, es mucho más estricto. Partiendo de la base que no me gusta la prohibición en sí misma, es en este punto donde es más fácil hacer una política efectiva que reduzca el consumo de alcohol a través de un incremento en los controles de venta y un aumento de las sanciones por incumplimiento del marco legal.