Leí con verdadero interés el artículo titulado “¿Monarquía o República?: Democracia” de Juan Luis Cebrián, escrito en El País el pasado 8 de junio. Su denuncia sincera sobre la simpleza del debate que ha surgido a raíz de la abdicación del rey Juan Carlos I es de una clarividencia tal que debería bajar del falso Olimpo en el que viven a todos aquellos tertulianos y demás presuntos líderes de opinión de este “novedoso” siglo XXI que pretenden erigirse como intelectuales de gran nivel. Ahora bien, esa clarividencia se convierte en condescendencia a la hora de hablar del PSOE, derivada de su posición central en la creación del sistema político que ha definido la Constitución de 1978, que más que un texto político se está pareciendo cada vez más a la Biblia por su dificultad a la hora de una posible y más que necesaria reforma.
Estamos llegando a una situación de colapso del sistema tal que es necesaria una revolución como, en realidad, supuso en su día la tan elogiada Transición a la Democracia.
Igual el último gran servicio que ha prestado el monarca ha sido la abdicación en este momento histórico concreto. Parece como si la abdicación fuera el seguro abierto de una granada a partir del cual todas las fuerzas políticas, incluidos los nuevos partidos políticos que están recogiendo el voto de un electorado cansado y desencantado con el PSOE, o se ponen de acuerdo o la granada explota. Y, aquí, quien tiene más a ganar y más a perder es justamente el PSOE. Porque, si bien es cierto que una regeneración democrática no se puede promocionar a partir de cálculos electorales tal y como dice Cebrián en su artículo, es justamente el PSOE quien tiene que liderar esa revolución. No puede dejar toda la iniciativa al PP. Y, por lo visto en las últimas elecciones europeas, tampoco ha sido creíble la propuesta de una reforma federal para frenar el proceso separatista iniciado en Catalunya.
A estas alturas de la historia ya no vale apelar al gran consenso que fue, en su contexto histórico, la Constitución de 1978 porqué no sirve, no estamos en el mismo punto de partida. Ya no hay que crear una democracia parlamentaria occidental.
Necesitamos un nuevo gran consenso que puede ir en la línea que Manuel Vicent explica en su artículo del domingo 8 de junio titulado “Nuevo 23-F”. Igual Felipe VI será el que vuelva a cerrar el seguro de la granada pero, para ello, se necesitan actos valientes y a contracorriente como fueron en la Transición la legalización del Partido Comunista, la renuncia de la tradición republicana por parte de socialistas y comunistas o asumir las reivindicaciones de las nacionalidades históricas. Todos estos movimientos se hicieron con valentía, asumiendo el ruido de sables de fondo.
El ruido de sables de fondo lo seguiremos teniendo igual. El PP, con su inmovilismo, y toda los medios de comunicación afines ya se encargarán de ello pero España no es de derechas. Y en la práctica totalidad de las elecciones se demuestra una y otra vez. El problema está en el PSOE. Es el partido socialista el que gana o pierde las elecciones y, ahora, ha entrado en una dinámica derrotista debido a su permanente obsesión en quedarse en el centro, en la famosa pero hipócrita Tercera Vía, y a su dilatada representación institucional que le ha hecho olvidarse de quién es su electorado y la ideología que definía el ideario del partido.
El problema central, Sr. Cebrián, es que todas las pulsiones sociales, que usted dice con razón que se deben tener en cuenta pero que no sustituyen la legitimidad democrática de las urnas, no están siendo recogidas por el PSOE sino por partidos que, desde la posición tan cómoda que supone no ser una alternativa real de gobierno, siguen estando todavía escorados a la izquierda, como pueden ser Podemos o ERC, en el caso catalán. El votante socialista que está cabreado, hastiado, cansado y desencantado no se ha ido, en su gran mayoría, a IU sino a formaciones que suponen, aunque sea falso, un soplo de aire nuevo contra el establishment político.
Siempre me ha hecho gracia la miopía de todos aquellos dioses del Olimpo tertuliano que vaticinan el fin del sistema, el fin del bipartidismo y, casi casi, la fin del mundo. Pero me parece a mí que el fin del mundo va a seguir manteniéndose, de momento, en el Apocalipsis de San Juan porque, no nos olvidemos, estas formaciones han obtenido unos resultados totalmente legítimos pero enmarcados en las muy mal concebidas, por parte de la ciudadanía, Elecciones al Parlamento Europeo.