Uno de los datos más sensibles y más privados que existen es la historia clínica de un ciudadano.
Si en tiempos de confinamiento se ha insultado a los héroes, que nunca han dejado de serlo, como la ginecóloga de Barcelona, que le pintaron el coche con el insulto “rata contagiosa”, y uno de los asuntos más desagradables han sido los chivatos de balcón que, contagiados de la ignorancia, insultaban a personas que iban acompañadas de parientes que no se pueden valer por si mismos como los hijos autistas; imaginémonos que podría pasar si “marcamos” a los contagiados con el móvil. Si por una gripe, que también es muy infecciosa y en la que también hay fallecidos, no se puede saber quien la tiene a no ser que el paciente te lo diga ¿Por qué tenemos que proclamar a los cuatro vientos que alguien está contagiado de coronavirus? ¿Ya no nos acordamos de los brazaletes que llevaban los judíos en la Alemania nazi? ¿Acaso no aprendimos nada del desprecio, acoso y rechazo que produjo la epidemia del SIDA a lo largo de la década de los 80? ¿O es que, como principalmente afectaba al colectivo gay y sus supuestas actitudes depravadas, se lo merecían?
Apple y Google dominan el 99% del mercado de smartphones europeos y están promoviendo una alianza para diseñar el rastreo de los contagiados, hecho que aseguraría la implantación de la aplicación a toda la población. No se trata de que aseguren que, una vez pasada la pandemia, desmantelarían la aplicación de rastreo, total ¿cuántos ciudadanos aceptan cookies sin saber muy bien qué tipo de información privada están proporcionando? Un estudio de la Academia Nacional de Ciencias Leopoldina en Alemania menciona el uso de aplicaciones de rastreo pero siempre que se adopten de forma voluntaria por parte de los ciudadanos. Esto va de vulneraciones flagrantes de derechos fundamentales, como son el derecho a la intimidad o la libertad de movimientos, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, que se recogen en el artículo 2 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Si nadie, ni tan siquiera una empresa, tiene el derecho a saber las enfermedades que padecen o que han padecido sus trabajadores o si pertenecen a algún grupo de riesgo ¿Cómo podemos permitir la implantación del rastreo por coronavirus, sin ningún tipo de objeción ni debate social?
Si marcamos a los ciudadanos ¿qué nos impide no empezarlos a discriminar por razón de coronavirus? ¿Acaso los restaurantes van a tener que poner lavabos para sanos y lavabos para contagiados? ¿Los trenes van a tener que volver a separar los viajeros según si han enfermado o no de coronavirus? Si aceptamos esta vulneración de derechos ¿qué impedirá a una empresa empezar a despedir trabajadores porqué se haya contagiado? La nueva súper estrella mediática del independentismo catalán Oriol Mitjà se tendría que preguntar qué diría la tan idolatrada Rosa Parks ante su pasaporte serológico y las discriminaciones que se derivarían de su implantación.
Esta es una senda muy peligrosa que empieza llena de buenas intenciones y que acaba siendo una pesadilla social que ya se ha vivido más de una vez en el siglo XX.