El pasado 05/05/2020 la Ministra de Educación Isabel Celaá reprodujo la escena de Tiburón en la que Roy Scheider tira carnaza “si no hay vacuna, los colegios tendrán la mitad de alumnado en las aulas” por la borda de la embarcación y aparece por primera vez el escualo, representación de la comunidad educativa, con el frenesí que le hace comerse todo lo que se le ponga por delante.
El Gobierno quiere limitar la ratio de estudiantes a 15 alumnos por aula para asegurar las normas de distanciamiento físico en el sistema educativo. O nos tomamos kilos y kilos del ya extinto LSD de los hippies para encontrar soluciones imaginativas o va a ser imposible implementar los planes de la ministra, tal y como los está planteando.
Ya sea por el enorme incremento de recursos económicos que necesita este ratio y que, recordemos los recortes en educación de la anterior crisis, no existen en las arcas públicas ni la UE lo va a permitir, ya sea por el número adicional de profesores que se necesitarían, ya sea por las limitaciones arquitectónicas de los centros educativos y de los barracones escolares, ya sea por la prácticamente inexistente conciliación laboral-familiar, ya sea por la desigualdad social, ya sea por la brecha digital; es imposible, hoy por hoy, implementar un sistema educativo mixto presencial / online para el próximo curso escolar 2020-21 que va a empezar en septiembre. Otra cosa es implantarlo sí o sí y que, como dicen los niños y niñas, quede como un churro.
La escuela es el espacio físico básico y esencial en el proceso de socialización de la infancia. La escuela no es sólo un volcado de contenidos académicos y curriculares que nuestra infancia tiene que aprender para adquirir el tan denostado nivel mínimo exigible de cultura general. La escuela es un espacio social que, si bien también es un reflejo de las desigualdades sociales de nuestro país, sirve para combatir todos los peligros que el confinamiento está teniendo en la salud física y emocional de la infancia, tal y como demuestra ISGlobal en su informe sobre la estrategia de desconfinamiento de la población.
La escuela es el mejor antídoto contra la disminución de la actividad física, el empeoramiento de la dieta y su consecuencia en el aumento de la obesidad infantil, el incremento del tiempo frente a las pantallas, los efectos negativos en la salud mental de la infancia debido a la ausencia de interacción social con los compañeros de clase… Tampoco nos podemos olvidar que la escuela es el mejor sistema de prevención e identificación de la violencia doméstica infantil.
Se trata de asumir, de una vez por todas, que la escuela es el espacio más positivo que hay para la infancia. Como tal, aunque sólo hubiese 10 alumnos por clase, es imposible evitar que se toquen, se abracen, se tosan y estornuden los unos en las caras de los otros por mucho que se laven las manos 15 veces al día. Y, sino se lo creen, paseen estos días por las plazas de las capitales de provincia o grandes municipios y vean cómo juegan los niños y las niñas. Por tanto, el riesgo de contagio va a seguir siendo muy elevado y más cuando Quique Bassat, epidemiólogo del programa de ISGlobal, informa que “sería poco viable y costoso practicar tests a todos los niños ya que deberían repetirse periódicamente”
Tal y como explica Jesús Manco, miembro del grupo de investigación sobre Políticas Educativas Supranacionales de la UAM “Es una equivocación pensar que en casa puede ocurrir lo mismo que en la escuela. Un hogar no es ni tiene que ser una escuela”