En la sociedad capitalista en la que vivimos, y en la comunista, y en una tribu perdida del Amazonas, la acción de comprar, adquirir un bien o satisfacer una necesidad, es esencial en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Cada sábado por la mañana mercados y supermercados de todo el país se llenan de miles de ciudadanos que realizan la compra de la semana que va a venir. Muchos de esos mismos ciudadanos salen a comprar el sábado por la tarde alguna pieza de ropa, libro, coche, gafas o, simplemente, salen a tomar algo, al cine… Durante la semana, a lo largo de su jornada laboral, muchos de esos ciudadanos compran o venden productos o servicios. Es decir, a lo largo de nuestras vidas tenemos que elegir muchas veces y muchas de esas elecciones tienen que ver con la compra de un producto o servicio.
Desde la teoría de juegos hasta el análisis materialista de Marx, muchos han sido los científicos sociales que han intentado explicar los motivos por los que un ciudadano decide comprar un producto en vez de otro. Incluso se ha llegado a elaborar toda una ciencia, el marketing, para analizar todos los aspectos que engloban el proceso de compra y, aplicando un método científico, intentar que las empresas vendan más sus productos o servicios. Hasta ahora, la dirección principal de ese proceso ha sido siempre de la empresa al cliente. Pero como he dicho: hasta ahora.
El que parece que haber sido el invento más revolucionario de la historia de los inventos, el Smartphone, también ha hecho acto de presencia en dicho proceso y, como todo lo que suena a 2.0, lo ha revolucionado, modificando por completo las pautas de compra y creando nuevas formas de interacción nunca vistas hasta entonces.
En la noticia del suplemento Negocios, del pasado 18 de enero de 2015, titulada “El cliente tiene la razón y el poder”, como si durante el siglo XX hubiese sido un pelele que siempre hubiese comprado según lo que le dijesen, se informa de la aparición de toda una serie de aplicaciones (GoodGuide, OpenLabel, Check-in for Good, Mogl) para teléfonos inteligentes “que permiten, leyendo el código de barras del producto, saberlo todo o casi todo del artículo”. La información que estas apps proporcionarían del producto va desde su origen hasta “la posibilidad de boicotear empresas, productos o incluso países” pasando por la afiliación política de los propietarios o su pensamiento sobre diversos temas.
¡Uauhhhh! Como si el que comprara una camiseta con la bandera independentista catalana le importara mucho lo que pudiese pensar el que la fabrica.
Los defensores de dichas apps y, en general, de todos los avances tecnológicos que se realicen a través de un Smartphone se entusiasman con argumentaciones del tipo: “Las corporaciones deberían estar preocupadas porque nunca más se podrán volver a esconder de nosotros”, según Iván Pardo, fundador de BuyCott, o “introducir transparencia en el sistema es bueno”, según el tecnólogo Enrique Dans o “¿No pagaría un enfermo crónico por saber lo que le puede hacer daño o no y vivir más tranquilo?”, según el business angels Rodolfo Carpintier.
En dichas argumentaciones se vislumbran dos tipos de información sobre el producto: Por un lado, todo la información posible relacionada con el producto y, por el otro, toda la información ideológica que tendría la empresa que fabrica u ofrece el producto o servicio.
Para la primera argumentación uno se pregunta para qué sirven dichas aplicaciones cuando ha entrado en vigor el pasado 13 de diciembre de2014 entró en vigor el Reglamento UE 1169/2011 sobre la información alimentaria facilitada al consumidor. Si es obligatorio detallar la información nutricional de un alimento (tal y como se ve en la foto) ¿es necesario bajarse la aplicación para leer el código de barras y que te dé la misma información que puedes leer directamente? A priori, parece un poco idiota ¿no? Bueno, como se hace a través del móvil, entonces es muy del siglo XXI y mola más.
La segunda información es mucho más peligrosa porque, en este caso, la línea que separa la transparencia del fascismo es muy delgada. En la olvidada Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la ONU el 10 de diciembre de 1948, se proclama en su artículo 2 que “Toda persona tiene los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. El artículo 22 del vigente Código Penal se establece como agravante de un delito, en su apartado 4º, “motivos racistas, antisemitas u otra clase de discriminación referente a la ideología, religión o creencias de la víctima, la etnia, raza o nación a la que pertenezca, su sexo, orientación o identidad sexual, la enfermedad que padezca o su discapacidad”
Partiendo de que la intención de dichos emprendedores sea de buena fe, si tenemos que condicionar nuestra decisión de compra a la actitud o ideología que tenga el fabricante en vez de las bondades del producto o, simplemente, porque me guste estamos cayendo en el terreno pantanoso de la apología del fascismo y la discriminación. Si despojamos de toda racionalidad el que, posiblemente, tuviera que ser el acto más racional de todos es mucho más fácil caer en el terreno de la manipulación y el engaño que, justamente, son los hechos que se persiguen con la supuesta transparencia.
Una idea, un modelo social, un estilo de vida se comparte, no se compra. No comprar un producto por el simple hecho de que sea Made in… ¿no es un acto xenófobo? ¿Es necesario que un Smartphone me diga que esta pieza de ropa está hecha en Bangladesh, donde explotan miles de trabajadoras en régimen de semi-esclavitud? ¿Qué no lo sabemos por los periódicos o telediarios? No comprar una botella de vodka Absolut o no entrar en un Starbucks porque ambas empresas apoyan el matrimonio gay ¿no es un acto homófobo? Facilitar y promover este tipo de acciones ¿no son sino apologías de la xenofobia y la discriminación? Comprar un producto por su origen, normalmente, el del propio país ¿no deja de ser un acto del proteccionismo más rancio en esta sociedad tan globalizada de libre-mercado? Es que acaso ya no nos acordamos de que en nuestro querido país mucha gente no entra en un bar, de los de toda la vida, porqué está regentado por chinos “Uy, si hay chinos no entro” sin necesidad de pasar el código de barras de las patatas que te van a servir como bravas por el móvil. ¿O que a la hora de comprar fruta nos fijamos si está cultivada en España o fuera? ¿Acaso no nos acordamos del execrable boicot del cava catalán?
En un mundo en el que unos españoles van a la World Travel Market, que se celebra cada año en Londres (la feria internacional de turismo más importante), hablan con un egipcio que les recomienda un restaurante hindú en la capital británica (para mí esto es la globalización) no creo que los criterios ideológicos de quienes dirigen las empresas tenga que ser el principal motivo por el cual los ciudadanos decidamos comprar un producto. Por este camino caeremos en lo que dichos emprendedores persiguen: volver a ser los consumidores pasivos que se supone que éramos en el siglo XX. ¿Realmente tenemos que estar pendientes, cada vez que vayamos a comprar (y son muchas), de conectar la app para saber si el Director de RRHH de tal empresa ha cambiado de posición respecto al cambio climático o si el conserje de la sucursal de la empresa cual ha cambiado el voto en las últimas elecciones? Porque en este mundo donde el chismorreo (Facebook y twitter) está tan extendido ¿quién dice que la información que proporcionan estas apps es veraz? Si la obtienen de las propias empresas ¿quién dice que los responsables de comunicación de dichas empresas proporcionan toda la información que tendrían que proporcionar para que esas apps fueran realmente fiables?
A veces me pregunto qué tipo de ciudadano estamos generando con tanta dependencia de un aparato. ¿Qué se esconde detrás de toda esta inercia? ¿Una masa humana uniforme y servil?
Al fin y al cabo, como dijo el genio del Renacimiento Leonardo da Vinci “el buen juicio nace de la buena inteligencia y la buena inteligencia deriva de la razón, sacada de las buenas reglas; y las buenas reglas son hijas de la buena experiencia: madre común de todas las ciencias y las artes”
Interesante artículo. De todas formas, un apunte. El comprar productos nacionales no es un «rancio acto de proteccionismo patrio». Se llama tener conciencia ecológica: si uno compra producto local, que ha tenido que recorrer 10 km en vez de 5000 km para llegar a la mesa, el impacto ecológico es menor.
Y si alguien decide no comprar en una empresa porque a alguno de sus directivos se le escapó alguna vez (por ejemplo) que no aprueba el matrimonio homosexual , eso también es coartar la libertad de una persona para estar desconforme con una tendencia, a la vez que se identifica producto y empresa con las personas (con sus personalidades) que hay detrás, yendo en contra de lo que se supone es un acto racional.
Un saludo
Muchas gracias. Obviamente, no estoy ni mucho menos en contrato de la economía de proximidad pues, normalmente, acaba siendo de mejor calidad. Otra cosa es condicionar tu acto de comprar a lo que piense, por ejemplo, el Director de RRHH de esa empresa. Está claro que cada uno es libre de opinar lo que quiera y tener la ideología que crea más oportuna pero, sólo, con los límites que impone el respeto y la libertad.
Hola, quizás me equivoque , pero las empresas carecen de algunos derechos fundamentales como el de no discriminación. El comprador es libre de decidir el destino de sus recursos. Si no quieren comprar a una emprresa que tributa en otro lugar/fabrica de tal manera/no respeta ciertos derechos/…, es su libertad. Si un directivo/empresario manifiesta públicamente una ideología/opción política no es culpa del consumidor (de hecho deberían de cuidar no manifestarse publicamente para no perder clientes si eso les preocupa), los políticos ya se manifiestan públicamente su condicion y no les prohiben la entrada por ahí.No deben ser discriminados como personas, y no creo que lo sean. Otra cosa muy diferente, es que la gente identifique sus manifestaciones ideológicas públicas (generalmente públicas porque lo hacen bajo la condición de su cargo) con la política de empresa o las futuras actuaciones de esta… mala suerte, el consumidor es tan impredecible como manipulable. Yo, como autónomo (osea, empresa-persona), en ningún momento se me ocurre manifestar mi ideología, a mis clientes, hay que ser pulcro no, lo siguiente.
Muchas gracias por el comentario. En principio, el acto de comprar debería ser un acto racional cuyo eje principal sobre el que pivota la decisión sería satisfacer la necesidad del comprador. Mi artículo se centra en señalar que en el momento en el que a dicho acto añadimos condicionantes ideológicos podemos caer fácilmente en actitudes xenófobas o fascistas cuando, justamente, lo que se está combatiendo son dichas actitudes.
Sin entrar en la discusión ideológica que planteas y que me parece muy interesante, me gustaría dar a conocer aquí un portal de Internet que promueve el consumo, de cercanía, responsable y crítico.
http://www.atlascocinas.es
Muchas gracias por el comentario. Yo también soy partidario del consumo de proximidad. El enlace que dejas es publicidad de una web de reformas de cocinas.
Muy de acuerdo con el artículo, aunque también con el comercio de proximidad: si alguien decide comprar productos de su tierra, no necesariamente es xenofobia, y puede tratarse de motivos ecológicos (como la huella de carbono) o los que sean. Repito: los motivos que sean. Pongo el acento en que la mayor manipulación del consumidor está en ocultar la información, no en que sea presa de tendencias ideológicas (a las cuales tiene derecho). De todas formas, esto debería ser sólo exigible para los aspectos realmente importantes: composición del producto, fechas de caducidad, etc… incluyendo, como no podía ser menos, el fabricante de origen, responsable de poner en el mercado el producto. Otra cosa es que deban ser conocidas las opiniones de los jefes de RRHH de las empresas, que como datos personales también deben ser protegidos.