Este viejo y tan desgastado sistema político español, que tanto se critica, volvía a funcionar el pasado día 24 de mayo en el momento más álgido y significativo de la democracia: una cita electoral. Todos los ciudadanos de este país fueron convocados a elegir a su alcalde y muchos de ellos a su gobierno autonómico y, hay que destacad otra vez, la jornada electoral transcurrió con total normalidad por muy extraño que parezca.
Por muchas corruptelas que haya, por muchas teorías conspirativas que expliquen el comportamiento electoral, por mucho clientelismo que algunos partidos hayan conseguido extender, supuestamente, entre sus ciudadanos… lo que está claro es que, en el momento en el que todos nosotros nos plantamos delante de todo el abanico de opciones políticas, no hay ni una corporación multinacional, ni ningún cacique, ni nadie que, aunque sólo sea durante 10 segundos de reloj (hagan la prueba de contar 1001, 1002, 1003… hasta 1o10), condicione ni determine el hecho de que usted coja una papeleta u otra. En ese emocionante momento, en ese máximo ejercicio de libertad, es donde se ejerce la soberanía que cada uno de nosotros nos otorgamos cuando murió el dictador hace ya 40 años.
Este detalle, por nimio que pueda parecer y que algunos pretenden hacernos creer que está caduco, es el fondo de la democracia; es el corazón que bombea la libertad por las venas de nuestra cotidianeidad. Por eso me pregunto yo ante tanto nuevo tsunami que barrerá viejas y corruptas maneras que, supuestamente, este sistema ha provocado: ¿realmente nuestro sistema político es tan malo? ¿Hay que demoler el edificio o cambiar el mobiliario y la decoración del mismo? Me parece que tanto los nuevos actores como algunos teóricos se han subido a la ola de cambio creyendo que dicho cambio es una playa. La cuestión radica en que las playas reciben muchas olas a lo largo de los años que le podrán quitar o poner arena pero que no son capaces de moverla porque dicha playa está bien asentada; al fin y al cabo, es la costa misma.
Estos nuevos actores y teóricos pretenden hacernos creer que la democracia española, catalogada muchas veces de joven e inmadura, adolece de varios males derivados todos ellos de:
- la mala praxos de los partidos tradicionales y la vieja forma de hacer política.
- el propio sistema electoral que genera desigualdad en el voto y, por tanto, desconfianza en la ciudadanía.
- la corrupción que parece se encuentra generalizada en esos viejos partidos políticos que han conseguido fagocitar la Administración Pública a su conveniencia.
A consecuencia de toda esta podredumbre que lo ensucia todo y casi llega hasta nuestros hogares, el sistema político español necesita una regeneración democrática que devuelva el poder al pueblo, a nosotros, que tan mal lo está pasando debido al propio sistema político.
Pues, sinceramente, permítanme que ponga en duda todo este apocalipsis político, en el que nos pretenden sumir, con el más sencillo, claro y rotundo de los argumentos: los resultados electorales. La ciudadanía ha votado libremente, en ese pobre y corrupto sistema político, y ha evidenciado lo plural que es nuestra sociedad sin ningún tipo de problema ni trauma. Fijémonos si es malo y corrupto el sistema que ha permitido que los ciudadanos de las dos ciudades más importantes del país, Barcelona y Madrid, puedan ser gobernadas por esas mismas fuerzas políticas que denuncian las vilezas y corrupciones del sistema.
Se nos ha llenado la boca a todos con lo malo que es el bipartidismo, deseando que acabara de una vez por todas, y ahora que las urnas han reflejado un pluralismo político más propio de las tan deseadas democracias maduras del norte de Europa resulta que éste en un problema que generará descrédito y desconfianza en la ciudadanía ante la supuesta imposibilidad de conseguir pactos de gobierno en los distintos ayuntamientos y gobiernos autonómicos. Nosotros, los ciudadanos de este país, unos ciudadanos que posiblemente seamos de los que más hablemos de entre todos los pueblos europeos y resulta que seremos incapaces de generar culturas de pacto y, por tanto, no sabremos negociar entre nosotros para crear coaliciones e investir gobiernos. ¡Qué será de nosotros como país!
¿Acaso ya nadie se acuerda que el Sr. Monago, del PP, ha estado gobernando Extremadura 4 años con el apoyo de IU? ¿Ya nadie se acuerda de los dos tripartitos (PSC + ERC + ICV) que gobernaron Catalunya durante 8 años? ¿Tan poca memoria tenemos que ya nos hemos olvidado que Aznar, en su día, hablaba catalán en la intimidad (CIU + PP)? ¿Y quién permitió que Patxi López fuera lehendakari?¿Alguien se acuerda cómo se aprobó la última reforma de la sacro-santa e intocable Constitución de 1978? ¿Tan mala e inestable era la coalición que mantenía al gobierno de Susana Díaz (PSOE + IU) para que la presidenta, en aras de conseguir más estabilidad política, adelantara las elecciones andaluzas y la consiguiera (hay algunos que todavía están riendo de la nueva estabilidad en Andalucía)?
Si despreciar ni renegar de su gran valía intelectual, hay que empezar a zafarse de las tristes cadenas con las que la gran Generación del 98 ató nuestra consciencia y autoestima y asumir que somos maduros democráticamente. Que somos y tenemos los mismos problemas que el resto de los europeos con quienes ya no nos une sólo la Historia en común. Ya está bien de flagelarnos con ese complejo de inferioridad que mostramos cuando vamos a Europa porque no todo el año es Semana Santa. Tenemos un sistema político que funciona y una sociedad que está madura democráticamente hablando. Somos unos ciudadanos que manifestamos nuestra pluralidad, sin ningún tipo de problema ni complejo, como cualquiera de nuestros vecinos europeos. Que hay aspectos a mejorar ¡sólo faltaría! Pero para ello ya está el mandato plural de las urnas. Porque, me parece a mi, en realidad lo que los españoles estamos hartos es de una mayoría absoluta del PP.