La verdadera democracia, aquella que tanto engrandece la condición humana, aquella que tantos filósofos de todas las épocas han querido definir, aquella que tantos políticos han intentado aprovecharse para su éxito personal, hizo acto de presencia en esta bucólica película en que se había convertido la política catalana para darle un giro radical al guión.
La gran manifestación que, se supone, congregó a más de un millón de personas en el Passeig de Gràcia llenó la pantalla desde el primer momento y se comió al resto de actores.
El primero en volverse un mediocre fue Pep, el acertado asesor que había propuesto lo del Pacto Fiscal. Pep había ascendido en el escalafón asesor y, como todos los vulgares que tienen suerte una vez en la vida, creía tener Catalunya a sus pies. Próxima parada: Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya. Pep se creía el lector más capacitado para descifrar los enigmas que la bola de cristal esconde cuando se trata de adivinar el futuro de las criaturas menos predecibles del mundo animal: los homo sapiens sapiens.
Por eso, como le pasa a todos los mediocres, la cagó. Cometió el gran error, la gran crueldad, de decirle a un dirigente que ya no ejercía como tal que era el elegido:
- Artur, el pueblo ha salido a la calle porque está huérfano, desesperado y desorientado. Tú eres el líder que tiene que guiar a los catalanes a la tierra prometida. Eres la brújula que va a llevar al pueblo de Catalunya a Ítaca.
Y Artur, como los marineros incautos que eran seducidos por los zalameros cantos de las sirenas, se lo creyó.
Por mucho que lo verdaderamente importante fuera la independencia de Catalunya, las formas siempre se deben mantener y, más, si es la Derecha quien lo esgrime. Por tanto, Artur preparó su fiesta de coronación como rey político de Catalunya, blandiendo la espada de la justicia histórica en la que había inscrita una leyenda: el Derecho a Decidir. Tampoco convenía ser un radikal de esos que estaban acampados en la Puerta del Sol o pintaban gabardinas caras de respetables ciudadanos aunque fueran progres. Y la independencia de Catalunya no dejaba de ser una seña exclusiva de ERC, unos indeseables traidores que habían preferido el eje social durante los dos tripartitos para echarles del poder.
¡Qué día tan feliz! ¡Qué gran momento para la Historia, con mayúsculas! ¡Qué efecto causaría en Madrid!
Llegó el gran día. El 25 de noviembre de 2012 se celebraron elecciones al Parlament de Catalunya. El fatídico pitido que emite la línea horizontal en un aparato de reanimación hospitalario se incrustó en la mente de Artur.
- ¿Qué había pasado? ¿Cómo era posible? – pensaba Artur con las manos en la cabeza – ¿Por qué?
Lo que Pep no había previsto, porque era un mediocre, era que los catalanes ya votaron en su día a un rey, allá por el 1978, y no querían ninguno más.
La estelada estaba hecha en China y, por tanto, era falsa. En cambio, lo que sí fue real, y eso era lo que incomodaba a Artur, era que la inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes estaban de acuerdo en organizar algo indefinido que les permitiera re-definir su relación con España e, incluso más allá, re-definir España misma ante tanta homogeneización y uniformidad pepera. España no es la jacobina Francia que en su día concebían los socialistas ni la Castilla que pretenden que sea el PP. España es más parecida al Reino Unido aunque, de momento, no tengan un Cuerpo Real de Fusileros Catalanes o una Armada Vasca.
En Madrid, las carcajadas llenaban el Palacio de la Moncloa. El asesor mediocre y además prepotente que tenía Mariano se llamaba Pepe. También había estudiado en la misma escuela que Pep:
- Ni caso Señor Presidente – le dijo enjuagándose las lágrimas de los ojos – Tenemos mayoría absoluta. Nada ni nadie nos va a impedir recuperar el pasado glorioso de España. Para eso tenemos mayoría absoluta ¡Qué cojones!
Y entre estos cojones y los cojones de la manifestación Artur y Mariano se fueron distanciando, si bien las juntas de accionistas de sus respectivos partidos, sus consejos de administración con sus traje chaqueta resplandecientes y bien planchados, seguían quedando para cenar y comentar el último recorte. El romanticismo histórico era para otros.
No entiendo eso de «la inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes…» ¿Existen ciudadanos catalanes? ¿Tienen ciudadanía catalana? ¿Un Estado catalán que les ampara, proteja y otorgue la ciudadanía con sus correspondientes obligaciones? Desconozco la existencia de ese Estado y de esa ciudadanía.
«los catalanes ya votaron en su día a un rey, allá por el 1978…» ¿De veras? Pues mire que opino que son precisamente los catalanes los necesitados de esas estructuras propias más arriba mencionadas. El que no se considera catalán y por lo tanto no solamente no necesita de esas estructuras sino que se opone a ellas; ese no es catalán. Será belga, francés, español, portugués, marroquí o….. Catalán es el que aspira y actúa en favor de una Catalunya libre y soberana, es decir, en favor de un Estado soberano catalán. El resto de los «residentes» en Catalunya aspiran, actúan y son, miembros de otros Estados (hecho totalmente legítimo); por lo tanto no son catalanes sino ciudadanos extranjeros en Catalunya, y no por imposición sino por libre decisión y elección. Con lo cual no tienen porque tomar parte en las decisiones sobre el futuro de un Estado que no consideran suyo y que de hecho no lo es. Es por ello que los resultados de los recientes «referendums» sobre la independencia de Catalunya cosecharon el 100 por 100 de síes provenientes de los catalanes.
¿Acaso los chinos pueden decidir sobre el futuro de España o presentarse a las elecciones generales españolas el PCC (Partido Comunista Chino)? Me da que sacarían la mayoría absoluta…. Pues eso mismo en el caso catalán. Parece que el primer ejemplo lo entiende todo el mundo. ¿el segundo cuesta más entenderlo? ¿Porqué será? Saludos.
Muchas gracias por responder. Acuérdese que este artículo es un relato de política ficción totalmente inventado. Segundo, cuando me refiero a la «inmensa mayoría de los ciudadanos catalanes» me estoy refiriendo a todos aquellos ciudadanos que están censados en la CCAA de Catalunya.