Cada día, alrededor de las 8:45 de la mañana pasamos con el coche por la C/ Carolines para girar por la Avenida Príncep d’Astúries. Antes de llegar al semáforo se ubica la primera casa que construyó Gaudí: La Casa Vicens. A esa hora casi siempre hay dos grupos de unos 15 – 20 japoneses, a cada lado de la confluencia con C/ de Aulèstia i Pijoan, atendiendo las explicaciones del correspondiente guía sobre las características de dicha casa y los inicios de Gaudí como arquitecto.
Estos grupos ocupan la acera durante poco más de 10 – 15 minutos, el mismo espacio y tiempo que ocupan los alumnos de la Fundació Pere Tarres antes de entrar a sus correspondientes clases.
El Barri de Gràcia, como otros barrios de Barcelona, está lleno de pintadas en las que se puede leer “el turismo mata los barrios” Pero… ¿verdaderamente estos japoneses matan al barrio?
En vez de centrarse en los aspectos relativos a las condiciones laborales de los trabajadores del sector turístico y en determinados tipos de turista, se ve como un problema el hecho de que un ciudadano de cualquier parte del mundo decida visitar tu ciudad porque otro ciudadano del mundo le ha dicho que es una maravilla y que ha disfrutado mucho visitándola.
En el fondo, todo se acaba reduciendo a la siguiente pregunta ¿de quién es la ciudad? ¿La ciudad es sólo del que vive o de todos? ¿Acaso no ha supuesto un avance el programa de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO?
Es una obviedad, que los contrarios al turismo no quieren ver porque les ciega la obsesión de lo local, que el turismo no es monolítico. Los contrarios al turismo meten en el mismo saco a los japoneses, mencionados al inicio de este artículo, con la joven que orinaba en un balcón de Ciutat Vella o la pareja que estaba copulando en la parada de metro de Liceu. No es lo mismo el asistente al Mobile World Congress que la familia que escoge como destino de sus vacaciones Barcelona. No son lo mismo los ciudadanos que van a hacer sus despedidas de soltero a Sitges que los ciudadanos que deciden hacer un crucero por el Mediterráneo. Por tanto, no se puede abordar el problema del turismo con una sola visión.
El gobierno de Ada Colau ha empezado por la que, a mi entender, es la principal causa de la deriva negativa del turismo: el low cost. Y ha empezado por los apartamentos turísticos ilegales, competencia absolutamente desleal en el sector, generadores de economía sumergida y, por consiguiente, de baja calidad tanto de la oferta como de la demanda.
Los precios baratos de las aerolíneas low cost junto con los apartamentos turísticos ilegales facilitan que muchos jóvenes europeos vengan a España, manteniendo el tópico de sol y fiesta. Y son estos cafres los que realmente destrozan las ciudades y matan a los barrios. ¿Se hacen políticas efectivas para erradicar este tipo de turismo? Me parece a mí que no.
Siguiendo en la oferta, siempre se pone encima de la mesa la tristeza de ver desaparecer el comercio de proximidad. Alguien tiene que dar las licencias para que una peluquería se convierta en una tienda de souvenirs, convirtiendo las proximidades de los monumentos de la ciudad en el mercadeo que expulsó Jesús a base de latigazos al entrar en Jerusalén. ¿O es que acaso nos pensamos que los turistas no vendrán a las ciudades porque no puedan comprar una figura de una faralae o un toro con el “trencadís” de Gaudí?
Para analizar el impacto del turismo en una ciudad hay que tener una mentalidad abierta. El Ayuntamiento necesita de una mentalidad de viajero para comprender que las asociaciones de vecinos que defiende su entorno inmediato con las anteojeras de lo local son las menos indicadas para encontrar la solución pues el turismo, bien gestionado, puede mejorar de manera significativa no sólo su barrio sino la ciudad entera pagando las facturas públicas.
Al fin y al cabo, Amazon se ha ido a El Prat de Llobregat porque necesitaba un solar de 60.000 metros cuadrados y Barcelona ciudad no los tiene. Pretender llenar Barcelona de Amazons es una mentira absurda, llena de demagogia, que no entiende de espacios urbanos, de economía y, posiblemente, de nada.