“Tarde o temprano tenía que pasar”
“Atentado inevitable”
“Con este tipo de atentado no existe la seguridad al 100%”
Sentencias que se siguen clavando en nuestras consciencias con, cada vez, menor intensidad debido a la creciente frecuencia de este tipo de atentados. Una frecuencia que empieza a justificar la fatalidad del destino, el azar, “si te toca te tiene que tocar”
Pero no. No es ni azar ni el destino ni nada parecido. La sociedad como tal debe exigir solucionar este problema social / conflicto internacional sin quedarse con los brazos cruzados. Las detenciones y las muertes de los terroristas nos hacen sentir un poco más seguros porque se han aniquilado a esos animales rabiosos que, por mucho que digan, no sabían ni por qué lo hacían ¿O es que acaso estos jóvenes yihadistas son mucho más maduros psicológicamente que nuestros jóvenes que van con el móvil por ahí haciendo fotos para ver cuántos “likes” más consiguen”?
Estos días uno va caminando por la calle y encuentra mucha más policía de lo habitual, exhibiendo sus fusiles bien en alto, como si de esta manera se pudiese intimidar a unos fanáticos cuya sinrazón no se deja intimidar tan fácilmente.
Nuevos pilones y barreras son colocados en las calles para que no vuelva a suceder.
Se establecen controles y más controles a los recintos con asistencia masiva de ciudadanos.
Caras complementarias y necesarias de un poliedro cuya principal cara sigue sin ser esbozada ni dibujada. Se sigue sin encontrar ni definir la complejísima solución de la tan fácil y simple pregunta: ¿Por qué?
En estos calurosos días de verano uno va a la playa a intentar refrescarse y a descansar. Olvidarse de su vida cotidiana tumbado en una toalla o en una hamaca sin nada más que hacer que mirar a su alrededor, disfrutar de la brisa marina o bañarse. Dos parejas de niños juegan con un cubo y una pala imaginándose que estarán en la Edad Media construyendo su gran castillo. La arena va de un sitio para otro. Sus madres les gritan que tengan cuidado, que hay viento y que, al levantar la arena, puede molestar al resto de ciudadanos que están en la playa. No hay ninguna diferencia entre las dos parejas de niños. Todos llevan bañadores en forma de shorts. Todos llevan crema para protegerse del sol. Son iguales. Hasta que uno se fija en las madres. Una va en bikini, la otra solo enseña los pies, las manos y la cara; el resto del cuerpo incluido el pelo está tapado. Vuelves a mirar a los niños y siguen siendo iguales pero uno ya no los mira igual. Empieza a haber algo distinto. De repente, nuestro cerebro formula la siguiente reflexión: ¿qué llevará a un niño como ese a convertirse cuando sea joven en yihadista? Y es en este punto cuando la xenofobia aparece con todo su mal. Porque todos nosotros nos quedamos en esta sola y única reflexión. Y este es posiblemente el gran mal del que nos tenemos que librar. La principal cara del poliedro se encuentra en esta reflexión. Uno mira a la otra pareja de niños y nunca se le ocurriría pensar: ¿qué llevará a un niño como ese a convertirse cuando sea joven en supremacista blanco?
Este es el verdadero y asqueroso triunfo de los terroristas. El convencimiento de que estamos divididos entre colectivos humanos. Ellos y nosotros. NO. No es una guerra entre ellos y nosotros. La única guerra que existe, la única guerra que nos atañe a todos es la guerra contra el fanatismo y la ignorancia, venga de donde venga.
Como sociedad debemos luchar con la misma intensidad contra los yihadistas y contra ciudadanos como el asqueroso y fanático también que ha hecho un vídeo que circula por whatsapp retando a los musulmanes a venir a su casa a pegarse de hostias con él para echarlos de Europa.
No nos engañemos. No hay ninguna diferencia entre el atentado de Charlottesville del pasado 13 de agosto de 2017 y los atentados de Barcelona y Cambrils del pasado 17 de agosto de 2017. Los dos trágicos sucesos tienen la misma miserable justificación que, como sociedad en su conjunto, debemos erradicar: exterminar al que no es como yo, al que no piensa como yo.