La República catalana: un reflejo real del siglo XXI

El pasado 27 de octubre de 2017 se proclamó la independencia de la República catalana. Una república que es el fiel reflejo de los valores que, por desgracia, mueven este Siglo XXI: efímera, digital, posverdad y fakes, simple, populista, llena de memes y acelerada.

Efímera como un twit que aparece en la red y al cabo de unos minutos ya nadie se acuerda de él. Esta República ha durado exactamente cinco horas. El tiempo que ha transcurrido desde que Carme Forcadell leyó a las 15:30 aproximadamente la declaración en la que “Constituimos la república catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social” hasta las 20:20, hora en que Mariano Rajoy convocó elecciones al Parlament de Catalunya para el próximo 21 de diciembre de 2017.

Digital porque se ha celebrado más en las redes sociales de Twitter, Whatsapp… que en la calle. Es tan sencillo como comparar cualquier celebración de la victoria en una Champions o las celebraciones de la Caída del Muro de Berlín con lo que ocurrió en las calles de Barcelona el pasado viernes 27 de octubre de 2017 por la tarde. Desde el minuto cero empezaron a correr whatsapps y twits saludando la nueva república, brindando por el nuevo estado… pero en la calle la celebración no estuvo acorde a lo que se supone que realmente se había hecho.

Llena de posverdades y de fakes. Todos los mantras que el gobierno de Junts pel Sí ha ido repitiendo una y otra vez han sido tumbados por la realidad política, económica y social.

Sigue siendo mentira que el pueblo de Catalunya haya dado un mandato claro al Parlament para que se apruebe la independencia de la República Catalana por mucho que se repita una y otra vez. El resultado del heroico acto cívico de reivindicación de soberanía ciudadana frente al inflexible poder establecido que supuso la acción de participación política del 1 de octubre de 2017 no permite de ninguna de las maneras trasladar un mandato claro al Parlament para proclamar la República porque, sencillamente, no es la mayoría del pueblo de Catalunya. Con un 30 – 38 % del censo no se puede proclamar la República catalana desde ningún punto de vista político ni estrictamente democrático.

El gobierno de Junts pel Sí, con su revolución de las sonrisas, convenció a una parte importante de la ciudadanía catalanista para se convirtiera en independentista con premisas falsas sobre la economía. Se afirmaba, una y otra vez, que ninguna empresa marcharía de Catalunya y han sido las primeras en reaccionar fugándose al otro lado del Ebro.

Esa misma revolución de las sonrisas prometía una y otra vez que la UE no iba a dar la espalda a 7,5 millones de ciudadanos europeos porque era una de las zonas más ricas de la UE y, por tanto, no se lo podía permitir. Cada día de este histórico octubre tanto desde los niveles comunitarios (la Comisión, el Consejo y el Parlamento Europeos) como desde el nivel estatal (Alemania, Francia, Italia…) nunca se ha reconocido ningún paso del bloque independentista ni se ha reconocido la República catalana.

Simple porque la dictadura de los ingenieros en la que estamos inmersos lo plantea todo en términos de 0 y 1 como si de un programa o algoritmo informático se tratara. Todo el proceso se ha movido en términos de independencia o unidad sin tener en cuenta que entre el blanco y el negro existe el gris que tiene componentes de los dos colores opuestos. No se ha hecho ningún esfuerzo desde los dos lados por entender al otro ni colocarse en su piel. ¿Cómo es posible que desde el gobierno del PP se siga negando o menospreciando que desde el 2010 salen a la calle más de un millón de ciudadanos reclamando una situación mejor para Catalunya? ¿Cómo es posible que desde Junts pel Sí solo se vea como única salida la independencia de Catalunya cuando no se tiene la mayoría y todos los apoyos a su causa bajarían con un buen acuerdo para cambiar el estatus de Catalunya?

Populista porque todo el proceso de independencia de Catalunya se enmarca dentro de todos esos movimientos que están apareciendo en Occidente para combatir el sistema político y la manera de hacer política que se estableció en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial. El “procés” soberanista de Catalunya se ha basado en la contraposición de la democracia participativa como ejemplo de democracia real frente a la democracia representativa, que habría dejado de tener toda consideración de democrática por su propia definición y por la supuesta fagocitación del sistema por parte de los partidos políticos en detrimento del poder soberano de los ciudadanos.

Si bien la atmósfera que se respiraba en Catalunya después del 1 de octubre estaba enrarecida y los ciudadanos no sabían definir cómo se sentían. Si bien la confusión y la estupefacción se han ido apoderando de la ciudadanía a medida que los políticos de uno y otro lado del Ebro iban declarando no se sabe muy bien qué. Si bien el pasado viernes 27 de octubre de 2017 se proclamó la República catalana dejando un reguero de sensaciones y sentimientos desde la alegría absoluta hasta la tristeza pasando por la preocupación. El humor ha sido un elemento que ha acompañado todos estos días, principalmente desde que el barco con las imágenes de Piolín, el Coyote y el Pato Lucas atracó en el puerto de Barcelona hasta el último sobre la montaña rusa de emociones en la que nos subiremos los ciudadanos de Catalunya desde el 21 al 24 de diciembre de 2017.

Y, por último, acelerada. Desde el siglo XX todas las ciencias sociales están estudiando el concepto de la aceleración de la Historia que, en el siglo XXI parece que se ha intensificado en todos los ámbitos. Todo tiene que ser rápido e inmediato: la respuesta a un e-mail, a un whatsapp, la compra de un billete de avión, los suplementos para no hacer colas en las atracciones de Port Aventura… Una aceleración que parece vinculada a la infantilización que se está produciendo en la sociedad occidental. Un niño de cinco años dice: tengo y quiero agua ahora mismo. Con la República catalana ha pasado más o menos lo mismo. Quiero la República y la quiero ahora. El problema está en que quien lo decía se supone que son personas adultas y maduras. Igual hay que recuperar aquellos dos refranes del castellano para serenar y hacer mejor las cosas por parte de todos: “las prisas son malas consejeras” y “vísteme despacio que tengo prisa”

Obviamente, no se trata de volver al siglo XX ni repetir aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor pero sí que conviene hacer una reflexión como sociedad sobre si la manera en la que nos comportamos, pensamos y hacemos es la correcta o tenemos que empezar a pensar la sociedad de otra manera. ¿Cuál? No lo sé pero lo que tengo claro es que así no.

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