Un viernes cualquiera

El viernes 27 de octubre de 2017 un ciudadano de Barcelona se levantó temprano para ir a su puesto de trabajo, que se encuentra en el Baix Llobregat. Sufrió otro de los dichosos atascos que se forman en las carreteras del área metropolitana de Barcelona. Se pasó toda la mañana trabajando normal, con sus llamadas interrumpiendo una tarea, sus e-mails entrando a tropecientos en el Outlook, su hilo musical…Con otros cuatro compañeros de trabajo decidieron ir a comer a un restaurante gallego, que se encuentra en L’Hospitalet de Llobregat, para romper la rutina semanal del tupper y destensarse un poco de la situación política en Catalunya.

El dueño del restaurante, que conoce a dos de los cinco comensales, comenta que desde el uno de octubre la producción ha bajado un 25%. Efectivamente, un bar que normalmente no cabe ni un alma tenía varias mesas vacías.

De las aproximadamente cien personas que se encontraban en ese momento, sólo ellos cinco estaban pendientes del televisor. La cadena sintonizada era TVE y no había sonido. Mientras comían una ración de pulpo y una de pimientos del padrón se informaba que la votación de la resolución para aprobar la independencia de Catalunya iba a ser secreta.

Uno de los comensales pregunta en el grupo de whatsapp del equipo de básquet del hijo mayor si se suspende o no el partido que el hijo jugará esta tarde/noche en un colegio del barri del Bon Pastor, cerca de Sant Adrià del Besós. Otro padre responde que depende de si aplican el 155 o no. Iconos de risas.

El camarero trajo dos chuletones y la votación empezó. El resto de los comensales del bar seguían comiendo como si nada estuviese sucediendo. Los cinco trabajadores estaban pendientes de la pantalla, comiendo, fijándose en la cara que puso Carme Forcadell al leer dos noes…

Un titular superpuesto a las imágenes informa que se acaba de declarar la independencia de Catalunya. En el bar no se oyen ni gritos de alegría ni gritos de enfado. Los cinco comensales brindan con una caña de cerveza (ni se les pasó por la cabeza brindar con cava) conteniendo una supuesta alegría para no herir susceptibilidades. La conversación deriva en las primeras bromas sobre el asunto, una constante desde que Piolín volvió a entrar en la vida de Catalunya: que si en la factura de la comida tendrían que pagar el iva o no ya que estaban fuera de la UE, mensajes deseando Feliz Navidad porque volverá el rooming…

A la hora de pagar la cuenta la República catalana, que curioso que no se le llame Catalunya a secas, lleva ya media hora de existencia. Para seguir con la tradición, no vaya a ser que, los cinco comensales compran cinco boletos para una panera de Navidad que está vinculada al sorteo de la lotería de Navidad.

Salen a la calle para volver al trabajo y la actividad sigue normal como cualquier viernes. Uno de ellos llama a su mujer para ver dónde se encuentra y le responde que está comprando ropa con su sobrina en el Pg. De Gràcia de Barcelona. Su mujer le informa que, al final, el hijo mayor quiere ir al partido porque se encuentra mejor. La noche anterior había tenido fiebre.

Cuando acaba su jornada laboral, el ciudadano cruza toda Barcelona para ir del Baix Llobregat a Sant Adrià del Besós encontrándose con las retenciones habituales a esa hora en la Ronda Litoral.

El ciudadano aparca el coche al lado del colegio y observa que en la plaza al lado de la escuela se está celebrando una fiesta de barrio con un “correfoc de dimonis”. Nada de vivas a la república, ni un claxon sonando repetitivamente. Entra en el colegio para mirar el partido, que se celebra con total normalidad.

Los padres miran los móviles para ver qué está pasando y a los niños haciendo contragolpes, asistencias y triples.

Mariano Rajoy convoca elecciones al Parlament de Catalunya el próximo 21 de diciembre de 2017. Siguen las bromas: menos mal que no las ha convocado el día del sorteo de Navidad…

El partido finaliza con victoria del equipo del hijo. Tres de las familias planean qué hacer en el próximo cumpleaños de un niño de la clase, que se celebra el próximo 4 de noviembre.

Las familias se despiden y marchan hacia sus respectivas casas. Vuelven a cruzar Barcelona por la C/ Aragó hasta subir por la C/ Marina, pasando por la Sagrada Familia. Nada ni una calle cortada, ni un claxon, ni gente por la calle con banderas, ni alegría ni nada.

Un día normal como otro viernes cualquiera.

Con una pequeña diferencia.

Ese día se había proclamado la independencia de la República catalana.

Cuando el Barça ganó la última Champions el ambiente de alegría se respiraba por toda Barcelona.

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