Ya no hace falta ser un drogadicto ni un alcohólico para sentir el síndrome de abstinencia.
Hoy en día, en cualquier ceremonia que la Iglesia Católica celebre se puede vislumbrar toda una seria de adictos que, ávidos de satisfacer su “mono”, les importa bien poco lo que allí se esté celebrando porque su mente ha viajado al exterior del edificio religioso. Ya no hace falta LSD para viajar; con un smartphone estás conectado a todo el mundo menos a la realidad actual y cercana.
Las ceremonias católicas son anacrónicas y están absolutamente desfasadas en el tiempo. Por mucha pantalla que pongan en la iglesia, como símbolo de modernidad, los asistentes no siguen las ceremonias porque no las saben, no se acuerdan qué tienen que decir ni repetir ni orar en cada momento.
Casi podríamos decir que, en la actualidad, las ceremonias católicas sólo sirven para medir el grado de adicción de los asistentes a los smartphones.
Que el 80% de los invitados a una boda, bautizo o comunión no sea capaz de estarse 45 minutos sin poder mirar esa pantalla es, además de una falta de respeto, una tristeza evidente que nos debe hacer reflexionar como sociedad sobre si queremos ser así o no.