Clavó las cuatro brochetas en posición estratégica y se dispuso a cortar el Club Sandwich en triángulos, igual que en todas las fotos que había visto por Internet. Cogió una porción y la observó con la satisfacción de haberlo hecho bien.
Lo miró por otro lado y constató que al bocadillo le faltaba un poco más de lechuga. El padre había seguido la receta paso por paso en una de tantas webs que había visitado. Pero cuando tuvo que poner la lechuga, el padre había sido prudente no fuera a ser que el hijo adolescente empezara a poner pegas a la hora de comerlo.
El padre puso, con cuidado, los triángulos del Club Sandwich alrededor de la montaña de patatas chips que había en medio de la fuente. Observó el resultado con tanto agrado que decidió tomarle una foto.
Y en una sociedad donde a la vanidad se le llama compartir, en un mundo en el que los padres tienen que ser colegas de sus hijos, el padre volvió a ser un adolescente y decidió hacer algo con su hijo.
Le envió la foto por Whatsapp y le propuso que la colgará en su recién descargado Instagram.
El ingenuo padre pensó que la foto del bocadillo por excelencia de la Gran Manzana de New York sería lo más cool para colgar en el Instagram de un adolescente. Pero para la inescrutable mente del hijo adolescente no fue así. Para empezar, aquello de que le impusieran colgar una foto no acababa de cuadrar en su concepción del uso de su smartphone.
La familia cenó como cada día, explicando anécdotas de la jornada, comentando monótonas situaciones de estrés laboral y planificando el ya de por si lleno fin de semana que se acercaba. Una vez recogida la mesa la madre se fue al salón a ver la televisión y el padre, con el hijo, se fueron a la habitación a seguir con la actividad conjunta.
La mala gana del hijo siguió creciendo en su interior porque, además de la imposición de colgar la dichosa foto, se le unía el retraso para jugar a un nuevo juego on-line que causaba furor entre los niños. El ingenuo padre y el molesto hijo subieron juntos la foto en Instagram.
- Ahora a esperar a ver cuántos likes tenemos – dijo el padre con ese brillo que solo la complicidad imprime en la mirada.
- Sí – dijo escueto el hijo, intentando con el tono neutro hacer entender a su padre que se largara lo antes posible de su habitación.
El padre se sentó junto a la madre y se pusieron a ver la televisión. Después de hacer un zapping interminable por todos los canales, deteniéndose cinco minutos en la diaria tertulia política, decidieron mirar un programa de esos de habilidades para ver si los concursantes hacían algo interesante.
Pasadas las once y cuarto, el padre preguntó al hijo si había mirado cuántos “likes” había tenido la foto. Le invitó a venir al salón para verlo juntos. El hijo apareció con la típica cara de “que pesado eres” y le ofreció el smartphone a su padre.
- Ten – le dijo escueto.
- No, hombre, no. Esto lo miramos juntos – le respondió con toda la voluntad del mundo.
- No – volvió a repetir el hijo alargándole el smartphone – Ten. Míralo tú.
- Pero lo miramos juntos. Corre. Ven aquí a mi lado.
- No – dijo el hijo alargando la o.
- ¡Qué vengas, hombre! – ordenó el padre con un poco de enojo en su tono.
El hijo encogió los hombros y se sentó en el sofá al lado de su padre. Dibujó la contraseña en la pantalla y entró en Instagram. Buscó la foto y se la enseñó a su padre.
- Sólo diez “likes” – dijo de mala gana.
- ¿Sólo? – se extrañó el padre – Caray. Bueno. Habrá que esperar más tiempo. La foto es muy chula. Es el Club Sandwich. El bocadillo de New York. – dijo pensando que ese era motivo suficiente como para tener un montón de “likes”.
Le devolvió el smartphone al hijo, quien se fue a la habitación de inmediato sin decir nada.
La mañana estaba siendo muy ajetreada. Se celebraba el cumpleaños del hijo y venía a comer toda la familia. Entre todos se juntaban once. El problema no era el número sino el día. se trataba de hacerlo todo de tal manera que se pudiese recoger lo más rápido posible. Era domingo y, por tanto, no había ningún día de por medio antes de empezar la semana para recoger con más calma la casa.
El padre se encontraba en la cocina preparando el aperitivo. Siempre le gustaba hacer un buen aperitivo que se saliese del clásico olivas, patatas chips y berberechos. Iba a atacar una cuña de queso manchego curado cuando apareció por la puerta de la cocina el hijo y, exultante de alegría, le dijo:
- ¡Mira! ¡Mira! Esta mañana he colgado esta foto y ya tiene cuarenta “likes” más que la tuya.
- ¿Cómo? – preguntó el padre sin entender muy bien qué quería decir el hijo.
- Que he colgado esta foto y ya tiene cuarenta “likes” más que la tuya – repitió el hijo contentísimo – ¡Mira! – añadió alargándole el smartphone.
Una enorme sensación de ira y frustración se apoderó del padre.
- ¿Sabes qué? – le espetó el padre – No lo quiero ver. No me interesa. No has entendido nada de nada.
- Pero – dijo el hijo sorprendido por la reacción.
- No había ninguna competición. No hay ninguna competición. Simplemente quería hacer algo contigo juntos. ¿Lo entiendes? No se trata de mi foto o de tu foto. Es nuestra foto.
- Pero esta tiene más “likes” – dijo el hijo un poco apocado, sin entender por qué a su padre no le gustaba que una foto suya tuviese muchos “likes” ¿No era lo que él quería?
- ¡Me da igual los putos “likes” que tenga la foto! Así no me interesa. Yo no quiero competir. No tengo que competir contigo.
- Pero – volvió a repetir el hijo.
- ¡Fuera! – chilló el padre – tengo que preparar el aperitivo – zanjó tajante el padre.
El hijo, sin entender muy bien qué había pasado, marchó de la cocina cabizbajo. Un silencio pesado y furioso invadió la cocina. El padre se quedó inmóvil, cuchillo en mano.
- “Puto móvil” – pensó.
Suspiró hondo y empezó a cortar el queso. Paró en el tercer corte. El sonido del Whatsapp le avisó de que un nuevo mensaje había entrado. Como un autómata dejó el cuchillo y se dirigió al móvil para ver qué le había entrado.
- “Puto móvil” – volvió a pensar mientras dibujaba la contraseña en la pantalla.
El abusivo uso solitario de las pantallas ¿genera una insana competitividad aunque las redes sociales sean, en principio, una herramienta para compartir y crear sentimientos de pertenencia y vínculos dentro de un colectivo?