A veces, el abono que hace germinar la extrema derecha surge de las situaciones más cotidianas y que influyen, de manera equivocada o no, en el bienestar de la ciudadanía más racional y progresista.
Cada primavera millones de niños y niñas son inscritos en los distintos centros escolares para cursar sus estudios correspondientes. La obtención de una plaza va en función de los que puntos que cada niño tiene en función de unos criterios puramente administrativos.
Partiendo de la base de que el sistema educativo debe ser igual para toda la infancia, es en este punto donde la rabia de unos padres por no poder inscribir a su hijo en el centro elegido puede ser el germen de un voto hacia partidos de extrema derecha que, mediante la demagogia, azuzan el populismo a través de respuestas simples que canalizan dicha rabia.
Porque ¿es justo que una familia monoparental tenga unos puntos extras respecto a una familia tradicional cuando, en la actualidad, hay tanta diversidad en los modelos familiares?
En principio, una familia monoparental tiene menos ingresos que una familia tradicional en la que los dos cónyuges trabajen. Por tanto, se tendría que facilitar el acceso respecto a familias con más ingresos para garantizar la igualdad de oportunidades. Pero ¿Y si ser una opción monoparental es una opción escogida por el progenitor por los motivos ideológicos que sean? En este caso ¿tiene que tener más derechos que una familia tradicional compuesta por dos cónyuges y un niño?
La rabia y la frustración seguirán sintiéndose pero depende de una respuesta adecuada por parte de los partidos socialdemócratas el hecho de que esa rabia no se convierta en un voto a la extrema derecha que ponga en peligro una cosa tan básica para la sociedad como es la igualdad de oportunidades y el ascensor social, tan agraviados por la última gran crisis económica.