Hay una cosa que las llamas no podrán devorar nunca más: la sentencia del procés.
Sentencia de la que nadie habla porque el humo de los containers quemados no deja ver más allá.
Una sentencia que, a falta que me corrijan los juristas, se divide en dos partes: la primera se centra en los hechos probados por los que se ha juzgado a los condenados. La segunda son las condenas de prisión que se les ha impuesto a cada uno de ellos.
A partir de aquí, lo que es reprobable de la sentencia es que, con el afán de agradar a todos, no contenta a nadie. Porque las elevadas y, por tanto, injustas penas no se corresponden a los hechos probados por los que se les condena.
También es reprobable toda esa chusma que conforma la amalgama de la Derecha de Colón y “caverna mediática madrileña” que están indignados porque no les han acusado de rebelión. A toda esa panda de voceras del ABC, El Mundo, La Razón y demás habría que devolverlos al colegio para que aprendiesen comprensión lectora. La sentencia (páginas 263 – 275) prueba y demuestra que, durante el octubre de 2017, NO hubo ningún golpe de estado en Catalunya por parte de los acusados. Por tanto, hay que exigirles 2 rectificaciones ya: la primera es que no lo digan nunca jamás y la segunda es que se retracten y pidan perdón por todas las veces que lo han dicho falseando la realidad y engañando al resto de ciudadanos de España.
Pero también es reprobable que los miles de manifestantes que exigen la libertad de los presos se dejen engañar una vez más y expresen su ira ante una sentencia que no se han leído. Y, para protestar ante una injusticia, primero hay que leer e informarse para que la reacción no sea una explosión de sentimientos y emociones de no se sabe muy bien donde surgen, sino que sea fruto de una reflexión propia y crítica.
Si las llamas que ilumina las noches de Barcelona sirven para devorar la ira y la ignorancia que destilan los radicales independentistas y los unionistas fanáticos bienvenidas sean. Al fin y al cabo, la vida siempre vuelve a resurgir con fuerza entre las cenizas de un bosque arrasado por el fuego, tal y como se ve cada mañana en Barcelona.