Mucho están hablando los tertulianos de cómo cambiará la sociedad después de la crisis del coronavirus pero no hay nada más lejos de la realidad.
En estos días que, supuestamente, tenemos tanto tiempo para ver series, cocinar, disfrutar de la familia… convendría desempolvar los libros de Historia de la EGB, BUP, COU, ESO, Bachillerato… y leerlos. A lo largo de la Historia ha habido muy pocos hechos que hayan provocado un cambio radical en el devenir de las sociedades y las civilizaciones. La Revolución del Neolítico con la invención de la rueda y el nacimiento de la agricultura, que supuso el paso de tribus nómadas cazadores-recolectoras a asentamientos sedentarios que dieron lugar a las primeras ciudades y las primeras civilizaciones; la invención de la imprenta y la primera gran democratización de la cultura con la consiguiente generalización de la lectura y la escritura a toda la población, después de que la cultura fuese monopolio de la Iglesia a lo largo de toda la Edad Media; la Revolución Industrial y el cambio económico y social que supuso junto con la Revolución Francesa y el cambio político a nivel de soberanía y de derechos inalienables; la Revolución Rusa, la segunda Revolución Industrial con la invención de la electricidad y la aparición del teléfono; y, por último, el Mayo del 68 y la revolución cultural que protagonizaron los jóvenes y de la que aún estamos viviendo con la exaltación del yo y el carpe diem generalizado han sido hechos históricos que han cambiado radicalmente la sociedad que los vivió a todos los niveles.
Y, sinceramente, la crisis del coronavirus no tiene ninguna de las características esenciales que permitan predecir un cambio estructural del mundo a nivel político, social y económico.
A nivel político, la Derecha va a seguir reforzando la idea de orden y de seguridad atizando, si es necesario, el miedo para evitar los contagios y la Izquierda seguirá primando más el fortalecimiento de lo público como garantía y punta de lanza de la lucha contra la desigualdad social y anteponiendo la defensa de los derechos humanos a la seguridad colectiva, denunciando las barbaridades que se oyen acerca de controlar a la población a través de los smartphones y las videocámaras en la vía pública.
A nivel económico, el sistema capitalista va a seguir siendo el mismo sistema inhumano que está esperando que lo refunden desde la crisis, que parece ya lejana, de 2008. La UE no se hará más fuerte ni cohesionada porque sigue estando dividida entre unos absurdos Norte – Sur que no son capaces de aprender lo bueno de cada lado de la división. Los Estados Miembros no van a ceder más soberanía económica a Bruselas, única salida real para el fortalecimiento de la Unión Europea como actor internacional de una vez por todas. Las relaciones laborales van a seguir siendo las mismas con su fichar el horario de la jornada, sus jefes, sus desigualdades en los sueldos de los hombres y las mujeres, su ritmo estresante con el objetivo último de vender, vender y vender, y los smartphones con llamadas laborales fuera de la jornada laboral por mucho teletrabajo que se implante. El sector agrario seguirá necesitando de mano de obra inmigrante, que van a seguir siendo el chivo expiatorio del lumpen nacional, porque los nacionales no querrán ir a trabajar al campo por muy parados que estén.
A nivel social, se seguirá reivindicando la familia y las relaciones personales que, con tantas redes sociales y tanto smartphone, habíamos perdido pero cada vez estaremos más pendientes del smartphone en la ansiada búsqueda de un espacio para nosotros solos, para satisfacer ese yo que se cree que sólo es libre cuando busca por Internet cualquier cosa ya sea una serie, una web porno, Youtube…
Total que, como siempre, “es necesario que todo cambie para que todo siga igual”