La digitalización es un proceso necesario e imparable. Es una evidencia con tanta fuerza que parece imposible negarse a ello. El problema radica como siempre, en los efectos, las intenciones y los abusos de esa digitalización.
Antes de la crisis del COVID-19, un trabajador con un smartphone ya era un centro de trabajo por sí solo. Pero también se tenía en cuenta el trabajo en equipo para eliminar las carencias de la individualidad. Potenciando individualidades se consiguen mejores objetivos que la suma individual de los miembros del equipo. De ahí que floreciese todo un nuevo mercado centrado en el coworking donde la filosofía era justamente esa: trabajadores teletrabajando sin ninguna oficina fija y solo había necesidad de verse cuando se tenían que hacer reuniones que fuesen más allá de una simple conversación.
A lo largo de estos dos meses de confinamiento, la inmensa mayoría de los trabajadores se ha desvirgado digitalmente mediante todos las plataformas y dispositivos digitales que existen actualmente en nuestra sociedad. El teletrabajo, con sus reuniones y sus ventas online, ha llegado para quedarse. Los empresarios están observando y analizando como reducir los costes fijos de estructura a través del teletrabajo.
La digitalización en el ámbito laboral debe ser regulada para impedir los abusos en las condiciones laborales a través de largas jornadas de trabajo y una conexión permanente que impide conciliar vida familiar y vida laboral difuminando sus fronteras. En este ámbito, Francia está a la cabeza en legislación de desconexión. Pero esta desconexión también debe ir acompañada de una buena definición y diseño de la conciliación familiar y laboral. La supuesta mejora en los índices de productividad de los trabajadores que realizaban teletrabajo antes de la crisis COVID-19 se debía fundamentalmente a que estos trabajadores estaban solos en sus hogares, sin ningún tipo de interrupción por parte de sus pequeños y, en menor medida, sin ningún tipo de interrupción que el día a día laboral conlleva en forma de llamadas inoportunas, cafés con compañeros, reuniones improvisadas…
Por tanto, la nueva normalidad que se pretende introducir en las relaciones laborales a través del teletrabajo sólo tendrá éxito si la infancia vuelve a la anterior normalidad pre COVID-19. Las tarjetitas de colores que una mujer norteamericana daba a sus hijos cuando la interrumpían en el trabajo están muy bien para ser vídeo viral durante tres días pero no sirven para pretender imponer un nuevo modelo productivo.