De los 5,6 millones de ciudadanos catalanes llamados a las urnas el próximo 14F, existen entre 15.000 y 20.000 insolidarios y egoístas ciudadanos que han presentado reprobables alegaciones para no ir a las mesas electorales y cumplir con su deber ciudadano, sin importarles que su incívica acción afecte a otros ciudadanos.
Está claro que hay alegaciones que tienen su fundamento y que las juntas electorales aprueban porque se ajustan a derecho. Pero la gran mayoría del resto de alegaciones son un atentado contra el concepto mismo de comunidad en la que, se supone, que vivimos todos.
Toda esa panda de insolidarios y egoístas ciudadanos seguramente se les llenaba la boca elogiando a los trabajadores esenciales en la primera ola. Los primeros que acababan con las manos rojas de tanto aplaudir a los sanitarios a las 20:00. Los primeros que, seguramente, mirarían mal o gritarían a cualquier cajera o dependienta que les dijera que se pusieran bien la mascarilla o que se aplicaran el gel hidroalcohólico el pasado otoño o este invierno.
Una panda de insolidarios y egoístas ciudadanos que, seguramente, han ido a las plazas con sus hijos después de la salida de los colegios. Que, seguramente, se han ido a tomar un aperitivo en cualquiera de las terrazas que abren mantener a duras penas su negocio. Que, seguramente, se conocen todas las rutas que atraviesan Collserola debido al confinamiento municipal impuesto desde el 7 de enero de 2021 por el PROCICAT.
Una panda de insolidarios y egoístas ciudadanos que se han visto arropados por el inexplicable discurso de los medios de comunicación catalanes que mantienen que las elecciones no son seguras. Todavía falta una semana para el 14F y desde el pasado viernes todos los indicadores epidemiológicos de la tercera ola navideña ya han empezado a remitir. ¿Acaso no es seguro compartir el transporte público cada día, en hora punta, para ir a trabajar? ¿Cuántas cajeras de supermercado se han contagiado y han tenido una suplente sin posibilidad de poder alegar nada?
Una panda de insolidarios y egoístas ciudadanos que han abrazo el falso e interesado debate entre el derecho a la salud y el derecho de voto. No somos China ni lo queremos ser. Somos una democracia parlamentaria occidental con sus derechos y deberes ciudadanos que no debemos olvidar ni tomarnos a la ligera porque siempre hayamos vivido en ella. Y, en una democracia parlamentaria occidental como la nuestra, el derecho de voto es lo más esencial que existe. Es la soberanía en su concepción más pura. Es lo que nos define como ciudadanos de pleno derecho. En cambio, el tan esgrimido derecho a la salud no existe como tal porque no es un derecho sino una conducta inherente al ser humano. Tal y como expone la OMS la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Por tanto, lo que existe es el derecho a la protección de la salud entendido como la relación de los ciudadanos con sus sistemas sanitarios y que se establece en el artículo 35 sobre la protección de la salud de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea: Toda persona tiene derecho a acceder a la prevención sanitaria y a beneficiarse de la atención sanitaria en las condiciones establecidas por las legislaciones y prácticas nacionales; en el artículo 43 de la Constitución Española: 1. Se reconoce el derecho a la protección de la salud. 2. Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto; y, por último, en el artículo 23 del Estatut de Catalunya: 1. Todas las personas tiene derecho a acceder en condiciones de igualdad y gratuidad a los servicios sanitarios de responsabilidad pública, en los términos que establecen las leyes.
Una sociedad no es madura democráticamente hablando si quienes la componen no se consideran ciudadanos miembros de una comunidad con unos derechos, pero también unos deberes para con los demás. Hay que recordar que nuestra sociedad, todo nuestro sistema, está sustentado por 3 pilares básicos que se proclamaron allá por 1789 durante la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. La libertad la exigimos sobremanera confundiéndola muchas veces con egoísmo. La igualdad siempre la exigimos para los más poderosos que nosotros, pero ya no la tenemos tan presente cuando nos referimos a cualquiera que consideremos por debajo de nosotros y la fraternidad seguramente ya no sabemos ni lo que es porque la hemos relegado a “una cosa de las ONG’s”. Pero hay que recordar una y otra vez que sin libertad, igualdad y fraternidad no hay nada. A toda esa panda de insolidarios y egoístas les haría solamente una pregunta ¿Queremos ser China?